056. Cultura y simulacro de Jean Baudrillard
Una obra compleja aunque pertinente, y quizás vigente, que explora cómo las nociones de realidad, simulación y representación se transforman en la sociedad contemporánea.
Cultura y simulacro (Kairós, 1978) de Jean Baudrillard es una obra compleja aunque pertinente, y quizás vigente, que explora cómo las nociones de realidad, simulación y representación se transforman en la sociedad contemporánea.
Desde el primer capítulo, I. La precesión de los simulacros, Baudrillard introduce la idea de que en la sociedad moderna los simulacros no sólo representan la realidad, sino que la preceden y la producen. Es decir, ya no existe una referencia directa a la realidad; en su lugar, los signos crean su propia realidad. Para el filósofo y sociólogo francés, la distinción entre lo real y lo imaginario se desmorona. Pero nos ofrece una distinción necesaria: disimular es fingir no tener lo que se tiene; simular es fingir tener lo que se tiene. El primero remite a una presencia, el segundo a una ausencia.
Uno de los aportes más importantes de Baudrillard, que de cierta forma se confirma y refuerza en los tiempos actuales marcados por la Inteligencia Artificial, es el concepto de hiperrealidad, es decir, una realidad fabricada a partir de modelos y signos sin origen ni autenticidad. La hiperrealidad es el estado en el que vivimos cuando los simulacros dominan nuestra percepción de la realidad. En ella no hay necesidad de un mundo real porque los signos crean un mundo más «real» que la realidad misma.
En el capítulo II. El Efecto Beauborg, Baudrillard argumenta que el Centro de Arte Beaubourg, conocido popularmente como el Centro Pampidou, no es simplemente un museo, sino un espectáculo cultural que simboliza la absorción de la cultura en el sistema de producción y consumo masivo. Tomando como objeto de su análisis para esgrimir su crítica, para el autor la estructura misma del edificio refleja un exceso de transparencia y funcionalidad que enmascara la desaparición de la verdadera cultura. En este sentido, el denominado Efecto Beaubourg es la reducción de la cultura a un sistema espectacular, gestionado y vacío de autenticidad.
Trasladando el concepto de hiperrealidad, el diseño del Beaubourg, con su fachada transparente y exhibición de tuberías y mecanismos, representa la obsesión moderna por la visibilidad y la accesibilidad que, en lugar de preservar un espacio para la reflexión cultural, en realidad transforma la cultura en un objeto de consumo inmediato y superficial. La transparencia extrema no revela nada significativo, sino que refuerza la lógica del espectáculo, la simulación de la cultura para el consumo masivo y el museo considerado no como espacio de contemplación, sino como un centro de consumo de entretenimiento, visitado por multitudes que no participan de la cultura, sino del espectáculo y la experiencia de masas. Así, la cultura se convierte en un producto más dentro de la lógica capitalista.
En el capítulo III. A la sombra de las mayorías silenciosas, Jean Baudrillard explora el concepto de las «mayorías silenciosas» y su papel en la sociedad contemporánea. Al no ser “ni buenas conductoras de lo político, ni buenas conductoras de los social, ni buenas conductoras del sentido en general”, las masas no actúan como sujetos políticos activos, sino como receptores pasivos que, paradójicamente, poseen un poder simbólico inmenso debido a su inercia y silencio. Baudrillard rompe con las nociones tradicionales de participación política y comunicación para destacar el vacío y la indiferencia que caracteriza a las mayorías.
En este sentido, las masas no son agentes políticos ni sociales en el sentido tradicional. Más bien, funcionan como un «agujero negro» de significados donde desaparecen los mensajes, las ideologías y las intenciones. Las masas no producen significado; al contrario, lo absorben y lo neutralizan, convirtiéndose en una fuerza que desconcierta a los sistemas políticos, culturales y mediáticos.
En el último capítulo, IV. El fin de lo social, Bardrilalrd analiza cómo la idea de lo social, entendida como una categoría estructural de cohesión y acción colectiva, ha desaparecido o se ha transformado en las sociedades contemporáneas. Lo social no ha sido destruido, sino que ha sido absorbido por un sistema dominado por la simulación, el consumo y los medios de comunicación. El fin de lo social no implica el fin de la vida en sociedad, sino la desaparición de la cohesión y los significados que tradicionalmente definían el concepto de lo social.
Uno de los aspectos más interesantes es la simulación y sus cuatro niveles, los cuales comparto a continuación:
1. Refleja una realidad básica: El signo es una copia fiel de algo real. Tiene un vínculo directo y genuino con la realidad que representa. Por ejemplo, un mapa que representa con precisión un territorio o un retrato realista de una persona.
2. Deforma o enmascara la realidad: El signo todavía hace referencia a la realidad, pero la distorsiona o manipula. Se introduce un elemento de interpretación o exageración que altera la percepción de lo real. Por ejemplo, un retrato idealizado que muestra a una persona más atractiva o imponente de lo que realmente es.
3. Enmascara la ausencia de realidad: El signo ya no tiene una conexión genuina con la realidad que aparenta representar, sino que encubre el hecho de que aquello que debería representar no existe. Por ejemplo, un programa de televisión que presenta una realidad ficticia como si fuera verdadera, creando una ilusión de autenticidad.
4. No tiene relación con ninguna realidad, es un simulacro puro: El signo se independiza completamente de la realidad. No hace referencia a nada real ni intenta parecerlo; existe por sí mismo como una creación autónoma. Esto es lo que Baudrillard llama un “simulacro puro”. Un ejemplo sería un mundo virtual en un videojuego o una obra de arte abstracta que no busca representar nada del mundo real. O la Inteligencia Artificial en nuestros días.