021. Con olor a tinta
En este libro, José Antonio Gurrea continúa con la tradición de la crónica decimonónica vinculada al periodismo.
La crónica periodística en el siglo XIX se desarrolló a partir de una sólida tradición establecida en los primeros años de la centuria, consolidándose durante la República Restaurada. A lo largo de estas décadas, la crónica se convirtió en uno de los géneros emblemáticos de la modernidad en México, capaz de reflejar los cambios sociales y culturales de la época. A pesar de estar vinculada al periodismo, la crónica también adoptó elementos propios de la literatura, lo que generó tensiones con los principios periodísticos dominantes. Los cronistas se vieron limitados por las restricciones del periodismo, especialmente en cuanto a los temas que podían abordar y los cambios industriales que afectaron la producción periodística. Estas tensiones llevaron a los escritores a redefinir el género y a deslindarlo de las prácticas periodísticas, permitiendo una mayor autonomía y una función estética más marcada. Los cronistas modernistas, en particular, utilizaron la imaginación y un lenguaje especializado para transformar la crónica en una expresión artística, superando las limitaciones del periodismo y renovando el género para adaptarse a las demandas de la época.
En Con olor a tinta (Tajín, 2023), libro de crónicas de José Antonio Gurrea, hay una afortunada continuación de la tradición de la crónica decimonónica vinculada al periodismo. Como el propio autor lo señala, se recurre a los usos y costumbres de la política, aquellos que indican que hay que tragar sapos sin hacer gestos.
Aunque la política es el tema predominante del cual se desprenden las crónicas, en realidad es el poder el asunto central, en sus manifestaciones más elocuentes como la corrupción, el autoritarismo y la prepotencia. Con olor a tinta evidencia la vigente necesidad de contar con dispositivos discursivos, tanto del periodismo como de la literatura, que se atrevan a tomar partido no ya en la supuesta y anquilosada postura del cuarto poder o, en el más lamentable de los casos, en la zalamería tan corrupta como sectaria, sino desde su función de antipoder.
En un escenario donde la crónica periodística y la sátira política son recibidos como flagelos heréticos o suicidios mediáticos (¡cuántos casos no conocemos de linchamientos, bloqueos o exclusiones por atreverse a hablar!), Con olor a tinta nos confirma que, en el país más peligroso para practicar el periodismo, el oficio periodístico necesita liberarse de los cínicos que se han apoderado de este oficio. Por ello, se entiende y se lamenta el lector al no tener los nombres de los protagonistas, aunque el autor sí ofrezca indicios claros de quiénes son esos cínicos.
Leído como un relato amargo e irónico sobre la experiencia de José Antonio Gurrea en el ámbito del periodismo, en Con olor a tinta se abordan diversos temas y se destaca la valentía y habilidades como reportero, dentro de un marco ético. Gurrea comparte sus encuentros con cineastas famosos, como los hermanos Cuarón, quienes, según la experiencia del periodista, demostraron comportamientos arrogantes y groseros. También critica a ciertos reporteros de espectáculos por su vulgaridad, aunque reconoce la contribución de otros grandes maestros del periodismo, como Fernando Morales Ortiz, Efraín Huerta, Edmundo Valadés, Ignacio Solares y Vicente Leñero. Destacan las experiencias de Gurrea con agentes migratorios en Estados Unidos (porque no es lo mismo turismo que migración), especialmente aquellos con apellidos hispanos, resaltando su capacidad para registrar eventos y situaciones relevantes.
Con olor a tinta se presenta a su vez como una lección de periodismo, en la que Gurrea exhibe valentía al exponer a ciertos personajes, consciente de que algunos no le perdonarán la exposición. Se destaca la tenacidad y el olfato periodístico de Gurrea, así como la calidad de su crónica y la seriedad con la que aborda sus investigaciones.